Entre 2023 y 2024 el tema de la Inteligencia Artificial ha cobrado especial interés, entre tales aspectos los grandes riesgos que se ciernen sobre la sociedad y la humanidad si la misma no es debidamente regulada, ello al punto que personalidades influyentes en el mundo de las tecnologías y el pensamiento relacionado al fenómeno y entre los que se encuentran académicos, tecnólogos y empresarios como Elon Musk, Steve Wozniak y Yuval Noah Harari, entre muchos otros, firmaron una declaración mediante la cual manifestaban la necesidad de suspender los experimentos y avances con IA, destacando la necesaria planificación para el desarrollo e implementación de estas mentes digitales que sus propios creadores siquiera pueden predecir o controlar.
Como es muy común con todo esta clase de fenómenos, ante mi preparación base como lo es la jurídica, son variadas las invitaciones para opinar sobre la “legalidad” y necesidad de “regulación”, invitaciones de las que he percibido que las respuestas que buscan los entrevistadores y los destinatarios se centran en señalar cuales son las leyes que lo regulan o que deban dictarse, para delimitar, más bien controlar su uso, incluso más allá de simplemente fijar las consecuencias que se atribuyan a los efectos que puedan generar.
Recuerdo una muy especial entrevista en la que conversamos sobre las consecuencias de la creación de contenidos con IA usando la información de una persona fallecida, mencionándose específicamente un capítulo de Black Mirror que planteaba la situación.
Mientras me dirigía a la entrevista y organizaba ideas en las que apoyara mis reflexiones, recordaba una vez luego de fallecido mi padre, me encontraba en la oficina cuando sonó el teléfono, y al cabo de cuatro repiques escuché a mi papá contestándolo, fue un inesperado y extraño momento, su voz, los recuerdos, el sentimiento de pérdida, surgía su fantasma, lo pude escuchar y sentir presente con mucho cariño hasta que luego de evocar los momentos vividos se esfumó lentamente ante el retorno de la razón, era que la contestadora automática del teléfono/fax en el que el “mini casette”, aún guardaba su mensaje de voz.
Vinieron a mi mente los famosos cuentos fantasmas de los que nuestros abuelos hacían mención, y pensaba en la cantidad de fantasmas, principalmente en el llano que se extinguieron con otra tecnología que cambió la humanidad, la electricidad, y desde ese momento no dejaron de parar ideas de cómo la tecnología había desenmascarado tantos falsos fantasmas, pero no por ello no surgían otros tantos propios de mentes no adecuadas para vivir en nuestras sociedades y sus artilugios que podían generar zozobra, así como normas para su “regulación”, producto también de mentes que siguen creyendo en fantasmas, aunque ya no los ven. Mencionaba entre otros episodios la transmisión del programa “La Guerra de los Mundos” de Orson Welles el 30 de octubre de 1938, que generaría pánico en la población que creían en la invasión de extraterrestres, pero también, el caso de la regulación del uso de un arma cuya avanzada tecnología la hacía de destrucción masiva, la ballesta, cuyo uso se proscribió entre cristianos en el Segundo Concilio de Letrán en 1139 por el Papa Inocencio II.
Muchas son las cavilaciones que estos ejemplos y otros que podemos recordar, o imaginar, nos invitan a pensar las maneras de “regularlos” para proteger a la sociedad y la humanidad de todos estos riesgos, lo que puede despertar otros fantasmas, la “legislación”, uno de ellos, que como principal producto político de los estados, podemos caer en la tentación de creer cual superstición que alguien distinto a nosotros, el estado, sabe lo que es mejor para nosotros, tanto en nuestra vida analógica, como digital, “protegiéndonos” y “regulando”, en nuestros entorno analógico como el digital.
Cuando hablamos de Transformación Digital, solemos caer en la tentación de pensar que se circunscribe a la adopción de tecnología en nuestras diarias relaciones humanas y a lo sumo hacerlas más dinámicas, olvidando muchos de nosotros, que estas nuevas interacciones se dan en otros planos completamente diferentes, pues nos encontramos efectivamente en una nueva dimensión, en una nueva vida con nuevas identidades, la digital, en la que el metaverso, la WEB3, el Blockchain, los contratos inteligentes, el Bitcoin hacen vida y que nos obliga a acercarnos desde otras maneras y pensamiento diferente a como usualmente hacemos, y en la que la idea de derecho, de cultura y pensamiento jurídico deben también adecuarse, obligándonos a pensar entre otras cosas algo muy importante, quién será como decía un apreciado profesor, el “hacedor del Derecho” de estas sociedades digitales.
¿Un legislador digital?, ¿sociedades algorítmicas? ¿Justicia sin estado?, ¿Autorregulación? ¿Tener una vida digital eterna que se extienda luego de nuestra muerte analógica? Estos son solo unos pocos temas que merecen ser tratados, pero no sin antes revisar muchas de nuestras instituciones sociales y jurídicas, con sus aspectos éticos y económicos, entre otras aproximaciones.
¿Prohibimos, perdón, regulamos las grabaciones de nuestros seres queridos? ¿Sus fotos, videos, cartas, recuerdos, realidad virtual, interacción digital? ¿Quién controla, perdón, regula? ¿Cómo controla, perdón, Regula? ¿Quién regula, perdón, controla, al regulador / controlador?